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sábado, 25 de mayo de 2019

En el terreno de la utopía

En ocasiones pensamos en escenarios utópicos. Que las ventas crezcan todos los meses exactamente como lo presupuestamos. Que todas las personas estén permanentemente motivadas y den lo mejor de ellas. Nuestros productos son perfectos y nunca un cliente se va a quejar. Los márgenes de comercialización estarán siempre por encima de un deseado porcentaje.

La definición de utopía señala que es todo proyecto, deseo o idea atrayente que es muy improbable que suceda o que en el momento de su formulación es irrealizable.

Es precisamente en esta definición que yace el poder de darse la libertad de pensar en forma utópica en ciertos casos. Algo improbable no necesariamente quiere decir que no pueda suceder. Si ahora es irrealizable no significa que nunca lo será.
Los escritores de ciencia ficción nos han mostrado que esto es válido en muchos casos.
Muchas cosas no son posibles hoy por limitaciones tecnológicas, por escasez de recursos, por falta de una capacidad clave o por una combinación de estas y otras razones.
Solo pensar en realizar o elaborar algo que parece imposible crea el posible camino para que se pueda lograr. 
Si hay una limitación tecnológica, tendrá el incentivo para tratar de superarla. Si no tiene un recurso necesario, planeará formas de apropiarlo. Si es una capacidad que falta, tratará de llenar ese vacío.
Evidentemente, esta invitación a pensar en lo poco probable o casi imposible no es una libertad para desconectarse de la realidad en las metas y objetivos que se trazan en el día a día, y que son indispensables para realizar la visión y misión de la empresa.
Un líder, en su posición y obligación de obtener resultados reales, dando el mejor uso al los limitados recursos disponibles, debe planear su trabajo y el del grupo con esos resultados en mente. Debe también supervisar que la ejecución se haga dentro de los parámetros de tiempo y recursos definidos.
Sin embargo, también debe mantener un ojo en el futuro, tanto el de corto plazo, más basado en realidades definidas por el curso normal del negocio, como en el lejano plazo, dónde debe dar cabida a algunas utopías.
Este tipo de pensamiento estratégico siempre debe estar amarrado de alguna manera a la realidad presente y a posibilidades alcanzables. Para construir un futuro, siempre se requiere una base sólida. 
Una idea que parezca hoy loca, si está atada de alguna forma al hoy, posiblemente no será tan descabellada pasado un tiempo. 
Si una empresa pequeña atiende hoy el mercado en toda una ciudad, puede parecer descabellado pretender saltar a atender todo un país en el curso de un año. Pero no es tan alejado de la realidad pretender cubrir otras dos ciudades en un par de años.
Pensar en atender todo un país no es una locura, absurdo o una pérdida de tiempo. Facilita aclarar que requiere la empresa para llegar a esa meta y poner hitos en un camino a ese futuro que parece utópico.
Si una empresa atiende un amplio mercado con el producto A, del cual conoce la tecnología, sabe fabricarlo, comercializarlo o ambos, tiene una planta capaz y con alguna posibilidad de ampliación de la capacidad, podría pensar en un producto B para ese mismo mercado.
Sin embargo, el producto B requiere una tecnología diferente de la cual conoce poco e implica invertir mucho. Pensar en ese B puede ser utópico para algunos. 
Pero al pensar en atender un mercado que ya conoce y cubre, con un producto que tiene cabida allí, así no lo domine de momento, vuelve más real el asunto.
La utopía se podrá convertir en una realidad pensando cómo aprender lo necesario, cómo adquirir la capacidad tecnológica requerida y en qué tiempo hacerlo.

Permitirse la utopía con estas consideraciones es válido y necesario. 
Es una herramienta para construir futuros factibles y debe tener cabida en sus reuniones de planeación estratégica.
No hacerlo, arriesgará no explorar futuros interesantes y llevará a la empresa a un aburrido camino de crecimiento por lo ya conocido.


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